IN EXTREMIS

Sólo si lo habéis vivido, sabréis de qué hablo.

Me refiero a esa sensación que se tiene cuando parece que todo está perdido, cuando percibes que el final es inmediato, que ese final es definitivo y que además es inevitable. Entonces entramos en un modo de percepción y actuación que yo llamo “Salvación In extremis”

Cuando llega ese momento dejas de ver y de oír todo lo que te rodea, aunque en realidad tus sentidos son más agudos de lo que jamás fueron. Pero esos sentidos sólo perciben aquello que nuestro piloto automático interior considera que nos da una oportunidad de sobrevivir. Y todo eso lo hace sin avisar al control central de nuestra conciencia, que en estos casos límite no contribuye gran cosa a lo único que importa: salvarse uno mismo.

In extremis

La catástrofe que teníamos bajo nuestros pies nos había puesto en ese estado semiautomático, modo “In Extremis”, y por eso ni recuerdo cómo entramos en el Prometeo, ni cómo conseguimos arrancar. Ni tampoco qué hicimos exactamente para conseguir alejarnos a tiempo  de aquel infierno de lava y gases incandescentes.

Había pasado ya bastante rato desde el despegue cuando tomé conciencia. Lo primero que pensé es que estábamos a salvo, por lo menos, de momento. Y entonces, mientras mi cabeza iba recuperando el control, fue cuando noté ese conocido sabor amargo en la base de la lengua y la garganta muy seca. Estos síntomas junto con esa amnesia parcial que queda siempre son la resaca habitual por haber estado un cierto tiempo en modo «salvación In Extremis».

Y sólo entonces mis sentidos conscientes me empezaron a informar de lo que estaba pasando a mi alrededor. Lo primero que noté fue la presión de los casi 3G que, por la aceleración, aún me aplastaban contra la colchoneta. Y también noté como si alguien estuviera subiendo, poco a poco, el volumen del sonido ambiente de forma que empecé a oír primero como un ronroneo y luego, cada vez más fuerte el salvaje rugido agrio de los tres motores.

Miré dentro de la cabina y ví que todavía nos llegaba por la escotilla el resplandor de la explosión de la que nos acabábamos de librar. Mis compañeros estaban también tumbados, pero me pareció que conservaban los ojos cerrados.

Yo volví a cerrar los mios. Hacía calor y me dolía la garganta. Intenté tragar saliva. De momento no había nada que hacer a bordo, así que me quedé tumbado un rato más. Me tenía que recuperar del mal trago.

Cuando finalmente llegamos cerca de la velocidad de crucero y los motores bajaron potencia me incorporé, y sentado en el puesto de control miré hacia abajo: la masa incandescente de la que habíamos partido era sólo un punto rojizo que se alejaba cada vez más en la negrura del espacio.

Incliné la cabeza y cerré los ojos. Cuando me cubrí la cara con las manos, noté que las tenía heladas.

esendraga

Si lo leído te sugiere algo, puedes escribirlo aquí: